La pesada loza que significa el estilo de vida para policías, militares y marinos, implica no solo una enorme responsabilidad, sino el asumir las consecuencias de ello. La contemplación de la violencia no es o no debería ser normal, sin embargo, es a fuerza de ser puesto que constantemente está presente en nuestras vidas. En el caso particular de los elementos de seguridad ni siquiera es opcional. La acumulación de experiencias traumáticas, perder a compañeros en la línea de batalla, el poco descanso y las jornadas extenuantes elevan de manera considerable los niveles de estrés que tarde o temprano cobran factura tanto en el interior como en el exterior de un sujeto y ellos no son la excepción. Si bien es cierto que parte de la capacitación incluye fortalecer su carácter ante la frustración, ello no quiere decir que estén obligados a soportar todo siempre y mucho menos, que puedan hacerlo.
Imposible resulta que su entorno no se vea afectado, las relaciones interpersonales comienzan a menguar y se ven obligados a crear barreras que solo podrá soslayar quien ellos así lo decidan. Lo anterior genera la acumulación de emociones negativas en su inconsciente convirtiendo aquello en una olla de presión que explotará en cualquier momento, sin saber en qué lugar o con quién.
El 31 de diciembre del 2017 José de Jesús López Bautista regresaba de un retiro espiritual al qué había acudido porque tenía problemas de conducta y adicciones. Aunado a lo anterior, había mostrado periodos de delirio por celotipia, son fases en las que sujeto es presa de unos celos incontrolables y obviamente injustificados que pueden llevarle a la agresión física y muy frecuentemente al homicidio como venganza y, dirigida tanto a la persona objeto de los celos como al “causante” de los mismos. En contadas ocasiones ocurre el suicidio del sujeto actor y es más frecuente en hombres que en mujeres.
Este conjunto de situaciones le generaba problemas con la señora Esther Alicia, madre de sus dos hijas puesto que desde que había sido despedido de las Policía Federal era más violento aún. Ellos se conocieron en la región norte debido al trabajo de él y Sonora era el estado natal de Esther, llegó un momento en que decidieron casarse y se trasladaron a la Ciudad de México de dónde él es originario. Ese maldito fin de año, acudieron a cenar a la casa de sus padres en Iztapalapa pero todo terminó mal por una discusión entre José de Jesús y la madre de sus hijas. A gritos las subió a un taxi y su familia, temerosa, intentó detenerlo, se ofrecieron a dejar que la mujer y las niñas de 5 y 1 año de edad se quedaran con los suegros y el mismo intento hizo uno de sus hermanos, pero a nadie hizo caso y se fue con ellas.
Durante los días siguientes, casi todos sus familiares intentaron contactarlo para saber cómo estaban las niñas y su esposa, pero a nadie atendió. Preocupados, intentaron acceder a la casa con la ayuda de un cerrajero, José se asomó por la ventana y les pidió que no lo molestaran porque estaba triste ya que Esther lo había abandonado y se había llevado a las niñas.
Lo anterior no convenció a su cuñada y fue con la suegra de Esther a presentar una denuncia ante la fiscalía el 7 de enero, al día siguiente acudieron por un llamado al 911 reportando fuego en una vivienda; apoyados por los bomberos, los policías lograron ingresar sin embargo se toparon con la resistencia de Bautista quien les insistía que se fueran.
El estado mental del individuo parecía alterado y forcejeó con uno de los elementos de policía hasta que uno de ellos le disparó en un pie. Ya libres, los agentes se dieron a la tarea de inspeccionar el escenario y lo que encontraron los dejó atónitos. En la cama y cubiertos con sabanas y cal estaban los cuerpos de Esther y sus hijas abiertos del tórax al vientre y les habían extraído los órganos. A dos de ellas, les había cortado a cabeza y ninguna tenía ojos, es que no soportaba que vieran lo que había hecho, confesaría después Bautista.
Argumentó que unas voces le habrían ordenado el crimen y que no recordaba nada, sin embargo, los peritajes realizados lo encontraron completamente apto y en pleno uso de sus facultades mentales al momento de ser juzgado.
La noticia no se difundió con el mismo ahínco en los medios de comunicación debido a que las críticas irían dirigidas a la corporación a la que perteneció ya que, supuestamente, los exámenes de control y confianza deberían detectar este tipo de conductas y no ocurrió así, cuando se conoce sobre el problema, el individuo debe ser canalizado a las áreas correspondientes para solucionarlo. La realidad es que la labor del policía exige que este tipo de pruebas sean aplicadas por lo menos cada seis meses, el ritmo de vida y los ambientes a los que son expuestos son en definitiva un factor de influencia en su comportamiento, en el caso de Bautista el despido fue detonante para exacerbar su violencia y su canal de escape fue su familia como ya había ocurrido antes.
Es muy probable que el autor de estos hechos manifestara rasgos paranoides, ataques de pánico, ansiedad, delirio de persecución, ilusiones ópticas (como creer que los cadáveres lo observaban) y auditivas (las voces que escuchaba) por razones de trabajo y reforzadas por los efectos de la droga, sin embargo, debido al veredicto, no cumplía con los ítems del DSM-V puesto que debe existir un lapso de tiempo y ciertas condiciones para que estas manifestaciones sean catalogadas como parte de un diagnóstico clínico y por ende, como elemento de inimputabilidad.
La sensación de ser observado por las víctimas no es caso nuevo, en la antigua Unión Soviética, Andrei Chikatilo solía extirpar los globos oculares de sus presas puesto que existe o existía la vieja creencia que en la mirada se quedaba grabada la imagen del autor y esto los delataba. Para José de Jesús Bautista, ese juez interno que todos llevamos dentro y que Freud denominó Superyó, le observaba y le acusaba, tratándose de su familia no podía soportarlo.
Aun había empatía, lo que no es común en los homicidas conscientes. Muestras debieron existir muchas y nadie las tomó como señales de alerta, la responsabilidad de la familia y la sociedad no puede ni debe soslayarse si pretendemos sentirnos a salvo incluso con los nuestros.
Las pruebas realizadas en los centros de control y confianza no son una bola de cristal y tampoco hay exámenes cien por ciento confiables que nos pronostiquen una conducta futura, los agentes endógenos que intervienen son impredecibles, dependerá en gran medida del estado en que se encuentre un sujeto, las experiencias recientes y los conflictos internos, poco o nada sabemos las batallas que libra cada quien, sin embargo la violencia es injustificable cuando de personas indefensas se trata.