Radicales Libres / Anibal Muñiz Silva
Eso es lo que tenemos, una oposición pedorra.
En 2018 la victoria de Andrés Manuel López Obrador desbalanceó el status quo de la élite política.
Cadad día que pasaba, los críticos enojados en lugar de menguar su imagen la impulsaban, porque no se dieron cuenta que quienes lo votaron en 2018 querían precisamente eso, hacerlos encabronar.
Al mexicano promedio no le interesaban las cosas de fondo, sólo derribar los totems que significaban el PRI y el PAN.
Y se consiguió.
Con rencor por un lado y enojo por otro, la polarización llegó, pero los dados se cargaron del lado que repartía billetes.
Las ayudas mediante pensiones, becas y programas sociales compraron a la muchedumbre, ávida de una compensación y una revancha por lo que consideran afrentas históricas.
Esta actitud es explicable porque en la naturaleza humana es más cómodo achacar a otros los errores propios, así no se mancha la imagen y se evade la responsabilidad.
Si no paso el examen es por culpa del maestro, si me paso un alto es culpa del trásito, si me agarran robando es culpa del Gobierno por no darme oportunidades, si soy pobre es culpa del rico. Esta dialéctica contrasta con los principios de resiliencia y superación, estos actos son individuales y de acuerdo a los dictados, el desarrollo individual es un acto de egoísmo, y entonces quien sale adelante con su esfuerzo, es clasificado inmediatamente como agachón, corrupto y egoísta.
La oposición no supo combatir ese discurso.
Respondieron el rencor con más rencor y sus mensajes fueron dirigidos al núcleo duro del obradorismo.
Nunca supieron leer la sociedad, nunca supieron ampliar su rango hacia los que no votan, porque apostaron también a la polarización.
Suena paradójico, pero la solución no va a venir del PAN, va a llegr del lado de Morena y sus aliados, porque, guste o no, son quienes han mostrado más apertura a la ciudadanía, como lo hacía el antiguo PRI.
Jiribilla
Fui al pan y estaba cerrado, tiene así desde 2000.