El primer cruce de declaraciones entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum marca un preámbulo inquietante para las relaciones entre Estados Unidos y México. En un giro predecible, pero no por ello menos alarmante, Trump parece haber desempolvado su libreto: fabricar crisis, demonizar a México y, luego, anunciar acuerdos que lo consagren como héroe de su propio drama político.
Aunque las aprehensiones de migrantes en la frontera sur están en su nivel más bajo en cuatro años, Trump ha inventado una crisis y, con ella, un supuesto acuerdo con Sheinbaum que ni resuelve problemas ni tiene sustancia. Es el inicio de una narrativa que seguirá permeando su agenda: México como villano conveniente y aliado servil.
Por su parte, el gobierno mexicano parece apostar a la moderación del magnate republicano. Sin embargo, esa estrategia parece ignorar la historia reciente. López Obrador ya cedió en temas migratorios durante el primer mandato de Trump, dejando a México como un país dispuesto a subordinarse. Ahora, Sheinbaum enfrenta un escenario aún más hostil, con un Trump sin restricciones, decidido a implementar políticas punitivas en inmigración, comercio y diplomacia.
En este juego de poder, las conferencias matutinas de Sheinbaum, heredadas de la 4T, podrían ser un arma de doble filo. Si bien ofrecen una plataforma para defender la postura mexicana, también pueden amplificar errores y mostrar debilidad ante un electorado estadounidense atento y una prensa internacional lista para escrutar.
La pregunta clave es: ¿correrá Sheinbaum la misma suerte que AMLO? Si México sigue cediendo en silencio, no solo estará sacrificando su soberanía, sino también perpetuando su rol de socio menor en una relación desigual. Trump no busca aliados; busca subordinados. Si el gobierno mexicano no entiende esta premisa, se avecinan cuatro años de humillación y desgaste político.
