CIUDAD DE MÉXICO, 4 DE AGOSTO DE 2020.- Un amigo me dijo que los troles de AMLO estaban aferrados intentando revertir tanto el informe del INEGI que prueba que la caída de la economía inició con este gobierno y, pandemia de por medio, ya es una debacle histórica, como las muertes causadas por el bicho Shaolin que nos colocaron en el Top Tres del reino macabro. Fui a comprobarlo.
Publiqué un cartón extraordinario de Tony que encontré en redes: el avión presidencial en posición vertical, como una cruz, cubre con su sombra los datos de la mortandad. De inmediato se dejaron venir.
En unas horas me acribillaron con comentarios clonados: la culpa no es del gobierno sino de la gente que traga chatarra, bebe coca cola y le va al Cruz Azul, prianista. Ponte Vitacilina. Destacan dos troles, el nacido en Querétaro que vive en Esparta y trabaja en Buckinham y la potosina, maestra en la luna y fanática de Epigmenio, que a la única cantaleta que saben le agregaron jajajas y corazoncitos.
Las culpas ideadas por Gatell y amplificadas por los troles confirman que incriminarnos es el recurso oficial para eximir al presidente del torpe manejo de la crisis, por ejemplo: el retraso en ordenar el confinamiento y la prisa por levantarlo cuando contagios y muertes iban en aumento, porque lo importante es seguir en campaña; la terquedad de no hacer pruebas porque cuestan mucho y es mejor comprar votos, y la infame telenovela del cubrebocas que tan alentadora resulta para los escépticos y los teóricos de la conspiración.
Además Gatell, muy vivo, derivó los pecados hacia esa entidad fantasmal llamada pueblo cuya esquizofrenia es siempre útil para justificarlo todo: el pueblo es bueno y sabio si 30 millones votan por AMLO pero es un amasijo de idiotas adicto a la Coca Cola, al Paquetaxo y a morirse de covid si con eso deja mal al gobierno del venadito macuspano que habita en la serranía.
Somos el único país donde recomendar untadas de Vitacilina es labor de Comunicación Social de Presidencia, pero no somos el pueblo más irresponsable entre los 194 que se reparten el mundo y tampoco los únicos que consumimos chatarra y refrescos en cantidades fluviales. Como justificación oficial esos cuentos son muy pobres y muy cínicos pero, extrañamente, hay gente que le cree al científico que prefirió ser burócrata, el que llamó a AMLO fuerza moral y no de contagio.
México está dividido y la pandemia ha descarnado esa división. Una parte es como las tres viejitas que cundieron al policía que les pidió usar cubrebocas, como los que trepan a toda la familia en una moto, papá y mamá con casco y el niño de 7 meses con un pañal como única protección contra el madrazo, o como Alejandro Fernández y los invitados a la boda de su hija. En la otra parte están los que tienen entendimiento, toman precauciones y gritan: ¡no mames! cuando ven viejitas trepadas en moto rumbo a la boda de la hija del potrillo.
Esa sociedad somos y el gobierno es el reflejo. La desgracia radica en que en momentos clave los hados son crueles con nos: pusieron el boom petrolero en manos de un inconsciente como López Portillo, cuando pudimos dejar atrás el autoritarismo enviaron a un enfermo de poder como Salinas, en los años en que el petróleo llegó al precio más elevado de la historia impusieron a Fox, Calderón y a otras especies antropomorfas y voraces, y con la invasión del covid nos facturaron a AMLO, que es como las viejitas pero en modo avión.
Si usted ha difundido las acusaciones de Gatell contra nosotros para encubrir la imprudencia criminal de la 4T, como el subejercicio de 11 mil millones de pesos en Salud en el primer semestre del año a pesar del covid, piense en esto: al culparse, culparme, culparnos, ha preferido cargarnos faltas que quizá ni usted ha cometido con tal de mantener intacta la santidad del Milagroso Niño de los Pantanos, y ahí sí, cuidado, porque esa vocación de Yo, pecador, ese autoflagelo en nombre de Pejehová, es el testimonio de que el fanatismo ingresó en la política y cuando eso sucede las consecuencias son, por lo general, funestas.
Besitos.
Tantán.